Un minuto con Dios
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Todos tenemos buena voluntad; a pesar de ello, nos ofendemos mutuamente, nos molestamos unos a otros, porque no tenemos ni los mismos gustos, ni las mismas inclinaciones, ni la misma manera de ser.
De ahí la necesidad, que nos urge, de ser mutuamente comprensivos, de sabernos comprender, de disimularnos las molestias, de perdonarnos, de olvidar agravios, de no ser excesivamente susceptibles.
El que perdona es digno de ser perdonado.
Con la medida con que midiereis, seréis medidos.
El que comprende con facilidad será fácilmente comprendido; el que es bueno con todos, conseguirá que todos sean buenos con él; el que ama, será amado; no se extrañe, el que no ama a nadie, que nadie lo ame a él; no se extrañe y no se queje; no se queje y no eche la culpa a otros, pues es él el culpable, el causante de la frialdad que nota a su alrededor.
Condición indispensable para que nosotros podamos rezar el Padre nuestro, es que perdonemos las ofensas que recibimos, a fin de ser perdonados de las ofensas que inferimos; que perdonemos a los hombres, para que nos perdone Dios.
“Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas una ofrenda” (Mt, 5, 23-24).
De ahí la necesidad, que nos urge, de ser mutuamente comprensivos, de sabernos comprender, de disimularnos las molestias, de perdonarnos, de olvidar agravios, de no ser excesivamente susceptibles.
El que perdona es digno de ser perdonado.
Con la medida con que midiereis, seréis medidos.
El que comprende con facilidad será fácilmente comprendido; el que es bueno con todos, conseguirá que todos sean buenos con él; el que ama, será amado; no se extrañe, el que no ama a nadie, que nadie lo ame a él; no se extrañe y no se queje; no se queje y no eche la culpa a otros, pues es él el culpable, el causante de la frialdad que nota a su alrededor.
Condición indispensable para que nosotros podamos rezar el Padre nuestro, es que perdonemos las ofensas que recibimos, a fin de ser perdonados de las ofensas que inferimos; que perdonemos a los hombres, para que nos perdone Dios.
“Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas una ofrenda” (Mt, 5, 23-24).
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