Un minuto con Dios

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El hombre necesita de la fe, ha de vivir con fe y ha de obrar por la fe. La fe no es cuestión solamente de entendimiento; es también y sobre todo cuestión de co­razón y de vida.

Por eso, porque es cuestión de corazón, de amor, cien dudas y objeciones no llegan a turbar la fe; aun­que también es cierto que cien argumentos y razones no son capaces de hacer surgir un acto de fe.

La fe es la luz que ilumina el camino a seguir; es la respuesta para todas las objeciones; es la fuerza para todas las pruebas; es el bálsamo que suaviza todos los dolores; es el pañuelo que enjuga todas las lágrimas; es el color que alegra todos los panoramas.

No hagas caso al que no cree; va en tinieblas, no puede dar luz para el que no tiene; haz caso al cre­yente: está seguro del terreno que pisa, de la ruta por la que camina, de la meta que se ha propuesto.

La luz que lo ilumina, clarifica el espacio que lo circunda.

El justo vive por la fe; porque vive de la fe, es justo y porque es justo, es feliz, y porque es feliz, transmite felicidad.

“Ei justo vivirá por la fe; mas, si es cobar­de, mi alma no se complacerá en él; pero nosotros no somos cobardes para perdición, sino creyentes para sal­vación del alma” (Heb, 10, 36-39).

Ahora quiero ser santo, aunque me cueste trabajo.

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