Un minuto con Dios

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“Felices los afligidos, porque serán consolados”.

Bienaventuranza difícil de comprender, pero que en­cierra todo un secreto de verdadera felicidad.

Los afligidos, los que lloran, los que se sienten depri­midos y angustiados; todos los hombres deben gustar esos momentos amargos en determinadas circunstancias de su vida; el dolor físico o el dolor moral se pren­den de nosotros, atenazan nuestras carnes o se prenden de nuestro espíritu: muerden, desgarran, laceran.

La enfermedad, el malestar, el accidente que troncha una vida o la deja lastimada; lo mismo que la incom­prensión de nuestros más cercanos, el olvido de nues­tros seres queridos, las relaciones tirantes, los tratos agrios. . en fin, todo un mundo de dolor, de amar­gura; felices cuantos sufren, porque ellos serán conso­lados con el consuelo de Dios.

Cuando todo resulta ineficaz, cuando nada en la tierra puede ser un leni­tivo, es entonces cuando Dios aparece en el espíritu del hombre y lo calma y lo consuela y llega a hacerlo feliz.

“Yahvéh ha oído la voz de mis sollozos, Yahvéh ha oído mi súplica. Yahvéh acoge mi oración” (Salmo 6, 9).

“Dios pondrá su morada entre los hombres, y ellos serán su pueblo y El, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos” (Apoc, 21, 3-4).

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