Un minuto con Dios

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Tú sabes muy bien sabido que todos estamos incli­nados a pagar siempre con la misma moneda: ¿por qué no capitalizas ese instinto general?

Si alabas a todos, aun en sus cosas más insignifican­tes, si siempre tienes para todos palabras de compren­sión y estímulo, si miras a todos con ojos de bondad y dejas que ellos brillen, no contra tu voluntad, sino con­ribuyendo tú a su brillo, está seguro que los demás te pagarán con la misma moneda y también tú serás com­prendido, serás ayudado, serás bien mirado, recibirás ayuda en todo momento y para todo.

Si te das a todos con plenitud; si sabes negarte satis­facciones, para que las tengan los otros; si tu gozo consiste en que gocen los demás, también te devolverán la misma moneda y los otros vivirán para que tú seas verdaderamente feliz.

Da y te darán; date y se te darán.

Si bien no debes hacerlo por esa razón, es decir, esperando la recom­pensa, pero Dios suele premiar ya en este mundo con la misma moneda que nosotros utilizamos.

“No tienes excusa, quienquiera que seas, tú que juz­gas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas… ¿Te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios?” (Rom, 2,1-3).

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