Un minuto con Dios
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Tu vida tiene que ser como un río; las aguas del río van deslizándose silenciosamente y van dejando lo que llevan; por donde pasan depositan légamo y suciedad, si es que sus aguas van turbulentas; señal de que el río pasó por allí es la suciedad, que deja. Pero si las aguas van limpias, dejan tras de sí humedad, fecundidad, frescura y verdor.
Haz que las aguas del río de tu vida vayan siempre limpias y deja parte de ellas por donde pases; verás que se te llena de color, de verdor; y que, fruto de tus pasos, brotarán las flores de las virtudes, el césped de la bondad.
Tus palabras, las palabras que hoy pronuncies, pueden ser agua sucia o corriente límpida; y lo que te digo de tus palabras, debes aplicarlo a tus ideas o pensamientos; de tus afectos, de tus obras; que al fin del día no te sientas avergonzado, sino feliz.
“¿Quién puede decir: Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado?” (Prov, 20, 9).
“Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia”. (I Jn, 1, 8-9).
Haz que las aguas del río de tu vida vayan siempre limpias y deja parte de ellas por donde pases; verás que se te llena de color, de verdor; y que, fruto de tus pasos, brotarán las flores de las virtudes, el césped de la bondad.
Tus palabras, las palabras que hoy pronuncies, pueden ser agua sucia o corriente límpida; y lo que te digo de tus palabras, debes aplicarlo a tus ideas o pensamientos; de tus afectos, de tus obras; que al fin del día no te sientas avergonzado, sino feliz.
“¿Quién puede decir: Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado?” (Prov, 20, 9).
“Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia”. (I Jn, 1, 8-9).


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