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Un minuto con Dios

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No es la vida la que en si tiene aliciente; es el sen­tido que nosotros le damos a la vida; si ese sentido no llega a satisfacer las legitimas ansias que hay en todo corazón humano, la vida no alcanza a ser razón sufi­ciente de nuestro existir.

En ese caso, cuando la vida no tiene un sentido hon­do y orientador, cuando no se ve el por qué de la pro­pia vida, cuando nuestras acciones no trascienden el momento presente que, por ser presente, es tan fugaz; cuando a ese momento fugaz no se le da una prospec­tiva hacia el más allá, tiene aplicación lo que afirma el dicho cuando dice:
“Para vivir como vives, mejor no morir de viejo”.

No es, pues, ni la juventud, ni la salud, ni el dinero lo que puede ser una razón suficiente de nuestro exis­tir; es más bien el sentido que damos a nuestras accio­nes y a la vida en general y dentro del ámbito de ese sentido la proyección hacia un futuro promisorio.

“En ella [la Palabra de Dios: Cristo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn, 1, 4-5).

Las tinieblas son el Mal, mientras que la luz es el Bien.

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