Un minuto con Dios

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Ser hombre de convicciones propias; eso debe ser algo así como una meta que te has de proponer con­seguir a toda costa.

Ser un hombre de convicciones; no dejarte llevar de los vientos que soplan a tu alrededor; no fijarte en cómo piensan los demás, en cómo obran los demás; porque, si te dejas guiar por los otros, no serás tú quien mande en tu vida, sino ellos. Y eso no lo puedes tole­rar bajo ningún concepto.

Tener tú tus convicciones y seguir con docilidad las indicaciones de tu propia conciencia.

¿Que los demás tienen otras convicciones y que en consecuencia siguen otras normas de conducta?
Bien; ellos tienen su con­ciencia, pero tú tienes la tuya. ¿Que ellos tienen otra escala de valores?
Tú tienes la tuya y para ti los valo­res se ordenan por tu escala y no por la de ellos.

Cuesta ser hombre de convicciones; cuesta más ser fiel a las convicciones de la propia conciencia; pero es la única forma de vivir con dignidad y de vivir la pro­pia vida.

“Tu fe te ha salvado” fue la expresión que el Señor empleaba frecuentemente al sanar a los enfermos; la fe es la que nos va a salvar a nosotros; y a aquella mujer que le pedía la sanara, le respondió: “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (Mt, 15, 28).

Quizá debas rezar como aquél: “Creo, ayuda a mi poca fe” (Mc, 9, 24).

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