Un minuto con Dios

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Hay que saber dialogar con los que nos rodean; es muy triste no conocer otra cosa, que el monólogo; y dialogar es saber escuchar y es ponerse en disposición de comulgar con el otro.

Hablar y escuchar son dos actos de idéntico valor humano, son en realidad un mismo acto. Quien no sabe escuchar, ni siquiera hablará con plenitud: vo­ceará, gritará, monologará.

Pero nada de esto es posi­tivo.

Cuando no se sabe dejar hablar, terminará uno escuchando sus propios gritos.

Sólo los humildes son los capaces de dialogar; sin un sincero espíritu de acogida, no es posible el diálogo; hay que acoger al prójimo, llámese esposo, hijos, subal­terno, amigo, etc…. para poder dialogar.

Hay silencios o monólogos, que huelen a muerto: ha muerto el amor.

Si hay amor, surgirá el diálogo, pues el amor hace milagros. Cuántos silencios hostiles entre esposos, hermanos, amigos… y cuánta carga de agre­sividad en esos silencios.

“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios” (GS, 19).

Dios nos habla por la Sagrada Escritura y por medio de sus inspiraciones; nosotros le hablamos por medio de la oración.

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