Un minuto con Dios
0:00Hablar y escuchar son dos actos de idéntico valor humano, son en realidad un mismo acto. Quien no sabe escuchar, ni siquiera hablará con plenitud: voceará, gritará, monologará.
Pero nada de esto es positivo.
Cuando no se sabe dejar hablar, terminará uno escuchando sus propios gritos.
Sólo los humildes son los capaces de dialogar; sin un sincero espíritu de acogida, no es posible el diálogo; hay que acoger al prójimo, llámese esposo, hijos, subalterno, amigo, etc…. para poder dialogar.
Hay silencios o monólogos, que huelen a muerto: ha muerto el amor.
Si hay amor, surgirá el diálogo, pues el amor hace milagros. Cuántos silencios hostiles entre esposos, hermanos, amigos… y cuánta carga de agresividad en esos silencios.
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios” (GS, 19).
Dios nos habla por la Sagrada Escritura y por medio de sus inspiraciones; nosotros le hablamos por medio de la oración.
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