Un minuto con Dios
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”Señor, que este mundo cansado y viejo con sus problemas, chorreando sangre y odio, me abofetee el alma. Frente al egoísmo de todas las cosas y de todas las horas, dame la responsabilidad y disponibilidad; líbrame del subjetivismo de los ojos cerrados; haz que abra bien mis ojos, para que vean el odio, la violencia, la injusticia, el hambre que hay en el mundo.
Haz, Señor, que me duela el egoísmo; que me queme el estar en la butaca del espectador en un mundo hambriento de verdaderos valores, de hombres auténticos; haz que el vaho de lo vulgar, de lo mediocre no me mancille; que el número de los amorfos no me anegue, ni el de los conformistas coarte mis decisiones”.
Creo que deberías repetir esta oración con frecuencia, pues muy bien puede constituir para ti y para mí un plan de acción y de vida.
“Todo el que aborrece a su hermano, es un asesino” (I Jn, 3,15).
“Hemos de llenarnos de un sano optimismo — tender nuestros brazos a quien nos hirió; — y abrazar a todos nuestros enemigos — en un dulce abrazo de amor y perdón”.
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