Un minuto con Dios

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Quizá haya pocas cosas de mayor trascendencia que la de comprender el sentido de la vida; el sentido de la vida supone que la vida tiene una vocación, un lla­mamiento, una misión que cumplir; y tu vida la tiene; para poderla cumplir, debes conocerla y estudiarla en profundidad.

¿Qué sentido puede tener la vida del que volunta­riamente se hace ignorante de su vocación, de la mi­sión que se le ha señalado?

Porque esa misión, esa vocación es personal de cada uno y, en consecuencia, cada uno tiene la suya y es intransferible: nadie puede cumplir tu misión personal, si tú no la cumples.

La responsabilidad y gravedad de tu misión perso­nal radica en que, el que te ha señalado esa misión, es nada menos que Dios; te la señaló al darte la vida, porque te la dio para eso, para que cumplas tu misión; si no la cumples, frustras los planes de Dios, frustras tu vida.

“A los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó, a esos también los justificó; a los que justificó, a esos también los glorificó” (Rom, 8, 30).

“Cristo murió por todos y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina” (GS, 22).

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