Un minuto con Dios

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El hombre siempre se ha propuesto una serie de interrogantes, cuya satisfactoria respuesta anhela en­contrar:

¿Qué es el hombre?
¿Cuál es el sentido del do­lor, del mal, de la muerte, que a pesar de tantos pro­gresos hechos, subsisten todavía?
¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?
¿Qué puede dar el hombre a la sociedad?
¿Qué puede esperar de ella?
¿Qué hay después de esta vida temporal?

Hace muchos siglos que el hombre se halla torturado por estos interrogantes y seguirá siéndolo, mientras no acuda a la fe, que es la única que puede dar la luz esclarecedora; una fe sincera y profunda, que lleve al hombre a echarse en los brazos paternales de Dios; de un Dios que piensa en el hombre, que ama al hombre, que se preocupa por el hombre, aunque el hombre no alcance a comprender, por su limitación de naturaleza creada, los planes y designios de ese Dios.

“Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos, para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones, que respondan a los principales problemas de nuestra época” (GS 10).

Sin la luz de Cristo, no se hallan soluciones definitivas.

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