Un minuto con Dios

0:00

Nada hay más repugnante que el egoísmo, ese vicio que nos hace mirarnos a nosotros mismos sin dignar­nos prestar atención a los demás, sean ellos quienes fueren.

El egoísmo constituye a nuestra persona en centro de la vida, independizándose de Dios en el campo de la conciencia y de la comunidad humana en el ámbito social; si se piensa en los demás, es en tanto en cuanto puedan sernos útiles para nuestras conveniencias y ava­ricias.

El egoísta quita a Dios el incienso de la adora­ción y a la comunidad el servicio que le corresponde y necesita.

No conoce el egoísmo otra norma, que la especu­lación del interés personal: el fraude al ciudadano o a la patria, el abuso y la opresión de los necesitados y humildes, el cálculo usurero.

Será bueno que examinemos si han quedado en nues­tro corazón algunas raicillas de egoísmo.

“Si alguno se cree hombre religioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio cora­zón, su religión es vana” (Sant, 1, 26).

Las palabras egoístas salen de un corazón egoísta y el corazón egoista seca las fuentes de la vida, de esa vida que es la gracia del Señor.

Tambien podria interesarte

0 comentarios

Popular Posts