Un minuto con Dios
0:00La vida del que cree en Dios es un Alleluia perenne e inmutable, un canto de esperanza, un grito de exultación y de gozo, un himno de gratitud y de petición, un estallar el corazón en lágrimas sedantes que reconfortan, al saberse hijo de Dios.
Toda la vida del cristiano se sacraliza por la presencia de Dios en ella; por eso el cristiano canta, no solamente en sus actos litúrgicos, sino en todos los momentos, aun en los más duros y difíciles, aun en los más ásperos y de aristas más cortantes.
El creyente no puede tratar de engañar a Dios presentándole flores artificiales, en actitud de niño travieso que oculta las cosas; ha de darle no una apariencia de fe y de amor, sino una fe ciega y total y amor de entrega absoluta y sin reservas.
No basta vivir la gracia consciente y creciente, sino que es preciso vivir la otra dimensión: la gracia difundida o comunicada a los demás.
“Dad y se os dará… porque con la medida con que midiereis, se os medirá a vosotros” (Lc, 6, 38).
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