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Un minuto con Dios

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Ayer le di una receta, con garantía cierta de éxito. Sin embargo, parece que usted no quedó bien convencido; al menos del todo.

Parece que en no pocas ocasiones trató usted de hacer algo semejante y no le dio el resultado apetecido.

Por eso, a título de garantía de la receta que ayer le di, debo ahora hacerle algunas observaciones: ¿no puso usted algún diente de ajo? ¿no se le escapó demasiada pimienta? ¿quizá no le cayó descuidadamente algún ají?

Porque, evidentemente, cualquier receta quedaría echada a perder y aun resultaría muy desagradable si le hubiera pasado alguna de esas cosas; ya sabe lo que dicen por ahí: para que una ensalada esté bien sazonada ha de tener mucho aceite y poco vinagre.

¡Qué cosas tienen los cocineros!

Su vida tiene mucho de ensalada compuesta de numerosos elementos, a veces difíciles de compaginar; échele a su vida mucho aceite que suavice y no le ponga cara de vinagre a nadie; si prueba, quizá llegue a convencerse de lo que le digo.

“Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía, para usar con todos ellos de misericordia” (Rom, 11, 32).

“Como todos caemos en muchas faltas, continuamente necesitamos la misericordia de Dios, y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas»” (LG, 40).

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