Un minuto con Dios

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Te propongo esta antigua oración:

    Señor, que no tenga yo a ningún hombre por enemigo, y que sea amigo de lo que es eterno.
    Que ame, busque y logre sólo lo que es bueno.
    Que desee la felicidad de todos los hombres y que no envidie a ninguno.
    Que no me regocije con la desventura del que me ha hecho mal.
    Que hasta adonde alcancen mis fuerzas preste la ayuda necesaria a todos los necesitados.
    Que pueda con palabras amables y consoladoras aliviar las penas de los que sufren.
    Que cuando yo haya dicho o hecho algo malo, no espere que los demás me lo hagan conocer, sino que yo mismo me lo reproche hasta corregirme de ello.
    Que me acostumbre a mostrarme amable y nunca irritado con los demás,
    cualquiera sea la circunstancia en que me encuentre.

“Revestios todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues El cuida de vosotros” (I Pe, 5, 5-7).

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