Un minuto con Dios

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Nada se busca hoy, nada se anhela tanto, como la paz.

La paz para el mundo, la paz para nuestras familias, la paz para cada uno de nosotros.

Pero hay varias clases de paz: la paz de los apreses del cementerio; la paz de los silencios; la paz envuelta en el canto de los pájaros.

Ninguna de ellas es comparable a la paz, que pro­duce en el interior de todo hombre, el saber que en su vida se está cumpliendo la voluntad de Dios.

Porque entonces la vida cobra sentido, la vida está fundamentada, asegurada, se halla pacífica.

Cuando todo se halla en su sitio, cumpliendo con su función, es cuando se goza de paz; si todo en mí se halla ordenado según la voluntad del Creador, po­dré gozar de una profunda y auténtica paz interior.

“La Iglesia está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como ex­ternas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aun­que sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos” (LG, 8).

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