Un minuto con Dios

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Más de una vez te habrá pasado que has estado su­friendo una pesadilla en tu sueño pesado.

Te sentías angustiado…

Pero de repente despertaste y la angus­tia se disipó y la pesadilla desapareció y tu espíritu se sintió aliviado.

Esto es lo que puede sucederte con relativa frecuen­cia en tu vida; el dolor puede serte de no poca utili­dad, aunque te resulte amargo, como amarga es la medicina, sin dejar de ser en extremo beneficiosa.

El dolor puede serte un despertador excelente, con el que Dios te haga despertar de tus sueños irreales o de tus letargos infecundos.

El dolor puede acercarte a Dios, si es que lo sabes sufrir, pues de lo contrario quizá te sirva para ale­jarte más de Dios.

Todo depende del modo como te decidas a llevar tu dolor.

Todo depende de que hagas tú del dolor tu desper­tador, o lo conviertas por el contrario, en aplanadora que te aplaste y destruya.

“Este es el gran misterio del hombre, que la Reve­lación cristiana esclarece a los hombres. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en abso­luta oscuridad” (GS, 22).

Un misionero claretiano ex­clamó: “Nunca me he sentido tan apóstol, como ahora que sufro”.

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