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Un minuto con Dios

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Compadecer es padecer con otro; pero no se puede padecer con otro si antes no se ha padecido solo.

Comprender es aprender con otro; pero eso requiere que antes hayamos aprendido nosotros solos.

Por eso, no debes juzgar que estás perdiendo el tiem­po ni los esfuerzos cuando estás sufriendo solo; te estás capacitando para sufrir con los demás.

Quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos; quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran.

A veces se sufre más de lo que Dios quiere, o por­que se sufre como Dios no quiere, o porque no se sufre con los demás.

No se puede llegar a comprender lo que significa una lágrima si antes no se ha gustado su sabor salado rodando por las propias mejillas y llegando a los pro­pios1 labios.

¡Qué cosa llamativa!

Las lágrimas propias saben a salado; las lágrimas de los demás saben a dulce cuando se mezclan con las propias.

“Escucha mi súplica, oh Yahvéh, presta oído a mi grito, no teólogas sordo a mis lágrimas, pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis pa­dres” (Salmo 39, 13).

Yahvéh siempre escucha nuestras súplicas, si es que éstas se hallan presentadas con la debida humildad y confianza en su bondad infinita.

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