Un minuto con Dios

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No pocas veces has tratado de disimularte a ti mismo tus procederes, que advertiste incorrectos, con aquella afirmación: “¡Yo soy así!”, y te quedaste tranquilo en tu modo de ser.

Pero ese tu modo de proceder quizá no sea el que debiera ser: por eso permite Dios que te sucedan ciertas cosas que lleguen a corregir tu modo de ser.

Cada una de esas cosas que te desagradan y te contradicen será como una nota quemante que levante ampollas en tu soberbia, o una chispa que te queme las carnes, o una espina que te pinche y te duela.

No desaproveches todo eso; al contrario, utilízalo para tu purificación, para que no sigas siendo así como eres, sino que vayas cambiando hasta llegar a ser como debes ser, como Dios quiere que seas, como los demás esperan que seas.

Está bien que reconozcas cómo eres; pero no está bien que te quedes tranquilo en ser como eres.
Has de aspirar a más, mucho más.

“Si caminamos en la luz, como El mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la Sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado” (I Jn, 1, 7).

Es la Sangre del Señor la que deberá purificarte de todas tus imperfecciones; es la comunión recibida con amor la que habrá de penetrar en ti, para transformarte en otro Cristo; atiende no sólo al número, sino sobre todo a la intensidad de tus comuniones.

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