Un minuto con Dios
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En el Evangelio se lee aquella afirmación de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis”.
Nosotros hablamos mucho y hacemos poco; los frutos no son las palabras bonitas que decimos sino las pocas y disminuidas obras que realizamos.
Cumplir con el deber, aun cuando nadie vigile ni lo conozca; saber guardar fidelidad al amigo que nos ha confiado un secreto, sin hacer alardes de ello; no doblegarse ante el respeto humano; nunca jugar a dos caras con nadie; disimular las descortesías de los allegados; ahorrar a los demás trabajo y disgustos.
Todo esto y cosas semejantes son frutos; frutos maduros y legítimos que nos acreditan ante la conciencia y ante Dios.
No acortar el tiempo cuando hay que emplearlo para los demás; no mortificar a nadie, ser complacientes con todos, aun a costa de nuestro descanso… esos son frutos, y frutos sazonados.
“El fruto de los esfuerzos nobles es glorioso; imperecedera la raíz de la prudencia” (Sab, 3, 15).
“El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef, 5, 9).
Los frutos del Espíritu de Dios siempre son la bondad y el amor; cuando en algún acto tuyo no halles ni bondad ni amor, está seguro de que no ha sido movido por el Espíritu de Dios.
Nosotros hablamos mucho y hacemos poco; los frutos no son las palabras bonitas que decimos sino las pocas y disminuidas obras que realizamos.
Cumplir con el deber, aun cuando nadie vigile ni lo conozca; saber guardar fidelidad al amigo que nos ha confiado un secreto, sin hacer alardes de ello; no doblegarse ante el respeto humano; nunca jugar a dos caras con nadie; disimular las descortesías de los allegados; ahorrar a los demás trabajo y disgustos.
Todo esto y cosas semejantes son frutos; frutos maduros y legítimos que nos acreditan ante la conciencia y ante Dios.
No acortar el tiempo cuando hay que emplearlo para los demás; no mortificar a nadie, ser complacientes con todos, aun a costa de nuestro descanso… esos son frutos, y frutos sazonados.
“El fruto de los esfuerzos nobles es glorioso; imperecedera la raíz de la prudencia” (Sab, 3, 15).
“El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef, 5, 9).
Los frutos del Espíritu de Dios siempre son la bondad y el amor; cuando en algún acto tuyo no halles ni bondad ni amor, está seguro de que no ha sido movido por el Espíritu de Dios.
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