Para un desapego feliz

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Un factor fundamental en el saneamiento de nuestro propio destino y la permisión para que los cambios ocurran es el desapego.

Estar apegados significa ejercer control sobre lo que dictan nuestras ideas de cómo debe ser el mundo y las cosas a nuestro alrededor. Significa creer que estamos seguros de en dónde y cómo estamos. Entonces detenemos, aparentemente, el flujo continuado y dinámico de la vida.

Pero éste nunca se para, así que los que nos desincronizamos somos nosotros por medio del apego que tenemos a las imágenes de cómo es nuestra vida en todos sus ámbitos. Si, por ejemplo, en el trabajo permanecemos con una actitud que al inicio nos fue útil, pero que ahora está rebasada, entonces estamos apegados a esa imagen, rehusados a la transformación. Esto tiene resultados muy negativos que repercuten en todo, pues es como si estuviéramos superpuestos y desencajados en una realidad que ya cambió.

Nosotros ralentizamos los cambios por no generar el vacío dentro que permita que el flujo de la vida atraviese como un río con toda su fuerza; tenemos piedras y presas hechas de nuestros grandes miedos por nuestras heridas, nos defendemos, actuamos sólo para protegerlas y nos apegamos a todo lo que creemos que las cubrirá.

Es únicamente sanando estas marcas como los canales se abren y entonces podemos abordar la realidad tal y como es, sincrónicos y abiertos a atravesar por los nuevos escenarios, los nuevos retos y los nuevos aprendizajes.

Cuando estamos sanos en el alma, el desapego no es un pasaje tortuoso lleno de ruptura y dolor, porque con salud emocional estamos en contacto con nuestro propio ser y sabemos intrínsecamente que en realidad es lo único que podemos poseer y lo único de lo que nos podemos valer y sostener para caminar por esta experiencia del vivir.

Ya no estamos a merced de las posesiones materiales, de las personas que llegan y se van, de los trabajos, de los nombramientos o estatus sociales. Estamos sustentados del único y verdadero pilar con el que contamos: nosotros mismos. Y estar en y con nosotros mismos es, al mismo tiempo, estar con lo divino.

Mucho de nuestro apego proviene de lo que no hemos perdonado, liberado y resuelto del pasado. Sanar el alma es tan importante como estar abiertos a la transforma­ción y el crecimiento. Mientras esto no ocurra, los cambios, que de cualquier manera se suceden, vendrán a rompernos una y otra vez todo el supuesto balance que habíamos logrado. Nos convertimos en la aberración de ser fósiles que necesitan caminar, moverse, continuar y ser maleables para seguir aprendiendo y disfrutando de la vida.

En contraste, estar sanos internamente permitirá que los cambios incesantes de la vida puedan ser vividos como los nuevos retos excitantes que son y que nos darán mayores y mejores experiencias con las que podremos cada vez estar un paso más cerca de sabernos a noso­tros mismos.

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