Los Ángeles de la guarda y los Ángeles custodios
0:00
Existen desde antes de la Creación, y Dios los creó para poner orden en el principio de “todas las cosas”. En el primer relato del Génesis, al hablar de los orígenes del mundo y de la humanidad, dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La Tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios, aleteaba por encima de las aguas”.
El ángel de la guarda, aunque no consta ni se menciona en ninguna clasificación y tríada, es el más popular, “el más familiar”, y prácticamente todos los místicos lo mencionan en las diferentes épocas de la historia humana.
Para el filósofo griego Aristóteles, “es un espíritu metafísico”, porque “está más cerca humanamente del hombre”; para Platón, tiene una relación con las “lares”, antiguas divinidades griegas, protectoras, y para Pitágoras, filósofo distante, fue el único que escuchó las armonías de las esferas celestes, bajo el Hades, y los relacionó con los espíritus celestes.
En todas las mitologías, su presencia se hace “latente”, es como un “aliento de Dios”, que vibra a nivel humano, se presiente su presencia, se le adivina, se le implora, se le reza, y se le mitifica. En las leyendas populares, las hadas protectoras son claras versiones de las divinidades femeninas benéficas, que adquieren valor de sacralidad.
Para Francesco Petrarca, poeta del renacimiento, propulsor del humanismo, “el ángel de la guarda” representa, “el tierno abrazo de Dios con el hombre”, y en sus poemas de neta inspiración latina y religiosa, en la que sus Epístolas Familiares, respiran un profundo análisis de la vida sentimental, acabará confesando, “que la ternura” es la capacidad del ángel por todo lo humano, es “el valor divino de lo humano”.
En pleno renacimiento surgirá un personaje extraordinario: Lorenzo de Médicis, y con él, el arte sacro adquirirá proporciones de incalculable valor en la pintura, en la escultura, en la música y en la literatura, los ángeles serán la proyección del sentimiento religioso de esta dorada época.
Las Catedrales de Florencia y Milán, están repletas de alegorías y grandes lienzos que representan diversos ángeles en adoración a Dios.
San Juan de la Cruz, el gran místico español, los llama, “el soplo divino de Dios”, y Santa Teresa de Jesús, “el ángel doméstico”.
El ángel de la guarda, aunque no consta ni se menciona en ninguna clasificación y tríada, es el más popular, “el más familiar”, y prácticamente todos los místicos lo mencionan en las diferentes épocas de la historia humana.
Para el filósofo griego Aristóteles, “es un espíritu metafísico”, porque “está más cerca humanamente del hombre”; para Platón, tiene una relación con las “lares”, antiguas divinidades griegas, protectoras, y para Pitágoras, filósofo distante, fue el único que escuchó las armonías de las esferas celestes, bajo el Hades, y los relacionó con los espíritus celestes.
En todas las mitologías, su presencia se hace “latente”, es como un “aliento de Dios”, que vibra a nivel humano, se presiente su presencia, se le adivina, se le implora, se le reza, y se le mitifica. En las leyendas populares, las hadas protectoras son claras versiones de las divinidades femeninas benéficas, que adquieren valor de sacralidad.
Para Francesco Petrarca, poeta del renacimiento, propulsor del humanismo, “el ángel de la guarda” representa, “el tierno abrazo de Dios con el hombre”, y en sus poemas de neta inspiración latina y religiosa, en la que sus Epístolas Familiares, respiran un profundo análisis de la vida sentimental, acabará confesando, “que la ternura” es la capacidad del ángel por todo lo humano, es “el valor divino de lo humano”.
En pleno renacimiento surgirá un personaje extraordinario: Lorenzo de Médicis, y con él, el arte sacro adquirirá proporciones de incalculable valor en la pintura, en la escultura, en la música y en la literatura, los ángeles serán la proyección del sentimiento religioso de esta dorada época.
Las Catedrales de Florencia y Milán, están repletas de alegorías y grandes lienzos que representan diversos ángeles en adoración a Dios.
San Juan de la Cruz, el gran místico español, los llama, “el soplo divino de Dios”, y Santa Teresa de Jesús, “el ángel doméstico”.
0 comentarios