Un minuto con Dios

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Cuando tienes hambre, te hallas molesto mientras no satisfaces tu apetito; ¿no sientes que algunas veces tu espíritu también está hambriento?

Claro está que si tu cuerpo se alimenta de pan y carne, tu espíritu tiene su alimento propio, que será la verdad y el bien; piensa y detente a sentir las nece­sidades de tu espíritu.

Cuando tu cuerpo se halla cansado, agotadas las fuer­zas, tampoco te sientes bien; pero no estará de más el caer en la cuenta que, en otras ocasiones, es tu espíritu el que puede sentir el cansancio, el agotamiento, la desilusión, el descontento de ti mismo, cuando has lle­gado a comprobar que no eres lo bueno que debe­rías ser.

Te proponemos esta sencilla oración:
“Señor, haz que si debo sentir hambre y sed y cansancio en mi cuerpo, no los sienta en mi espíritu; que siempre te busque a Ti, que eres capaz de calmar todas mis ansias”.

El hambre de Dios no es menos torturante que eí hambre de pan; son muchos los que sacian su apetito, pero viven torturados por el hambre de Dios.

“Man­dará hambre a la tierra, mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Yahvéh. Entonces vagarán de mar a mar, de norte a levante andarán errantes en busca de la Palabra de Yahvéh, pero no la encontrarán” (Amos, 8,11-12).

¿No estarás llamado tú a ofrecer esa Palabra?

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