Un minuto con Dios
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Alguien debe mandar en tu vida: o mandas tú, o mandan tus pasiones.
Si no las dominas, si las dejas sin control, si no limitas su campo de acción o de reacción, serán tus pasiones las dueñas de ti, de tu vida, serán ellas las que manden y tú deberás obedecer y te verás forzado a hacer cosas, que quizá no quisieras hacer.
El dueño serán tus pasiones: tú serás el esclavo.
Pero si dominas las pasiones, si las encauzas, si las coartas en sus instintos, y orientas sus fuerzas, serás tú el dueño de tu propia vida.
Has de ser un hombre de carácter; si quieres, puedes; y si no puedes, siempre te queda el recurso de pedir la fuerza que necesitas.
¿A quién se la vas a pedir? Al único que te la puede dar; tú sabes que Ese es Dios.
El que labra su carácter es un gran artista; pero el que se deja arrastrar por él, es un derrotado; y la derrota siempre tiene un gusto amargo y siempre deja un estado anímico de depresión.
“Dios, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse…” (Hechos, 17, 30).
La conversión es algo que debemos estar constantemente realizando; nunca podemos decir que nuestro corazón se ha vuelto definitivamente y del todo al Señor.
Si no las dominas, si las dejas sin control, si no limitas su campo de acción o de reacción, serán tus pasiones las dueñas de ti, de tu vida, serán ellas las que manden y tú deberás obedecer y te verás forzado a hacer cosas, que quizá no quisieras hacer.
El dueño serán tus pasiones: tú serás el esclavo.
Pero si dominas las pasiones, si las encauzas, si las coartas en sus instintos, y orientas sus fuerzas, serás tú el dueño de tu propia vida.
Has de ser un hombre de carácter; si quieres, puedes; y si no puedes, siempre te queda el recurso de pedir la fuerza que necesitas.
¿A quién se la vas a pedir? Al único que te la puede dar; tú sabes que Ese es Dios.
El que labra su carácter es un gran artista; pero el que se deja arrastrar por él, es un derrotado; y la derrota siempre tiene un gusto amargo y siempre deja un estado anímico de depresión.
“Dios, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse…” (Hechos, 17, 30).
La conversión es algo que debemos estar constantemente realizando; nunca podemos decir que nuestro corazón se ha vuelto definitivamente y del todo al Señor.
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