31 Dias con Jesus _ 10mo dia

9:00

¿Para Qué Tanto Milagro?
Descubre el propósito de los milagros que Jesús realizó

Lectura: Mateo 8:1 – 9:39
Jesús descendía de la colina seguido de una multitud inmensa cuando, de pronto, un leproso se le acercó y se puso de rodillas ante él. El leproso suplicó: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo. “Quiero. ¡Ya estás curado!”. E instantáneamente la lepra desapareció. Le ordenó entonces Jesús: “No te detengas a conversar con nadie. Ve en seguida a que el sacerdote te examina y presenta la ofrenda que requiere la ley de Moisés, para que les conste que ya estás bien.”

Cuando Jesús llegó a Capernaúm, un capitán del ejército romano se le acercó y le rogó que sanara a un sirviente que estaba en cama paralítico y que sufría mucho. Le respondió Jesús: “Iré a sanarlo”. Le dijo entonces el capitán: “Señor, no soy digno de que vayas a mi casa. Desde aquí mismo puedes ordenar que se sanie mi criado y se sanará. Lo sé, porque estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores; además, si yo le digo a alguno de mis soldados que vaya a algún lugar, va; y si le digo que venga, viene; y si le digo a mi esclavo que haga esto o aquello, lo hace”. Al oír esto, Jesús se maravilló y les dijo a quienes lo seguían: “¡En todo Israel no he hallado una fe tan grande como la de este hombre! Óiganme lo que les digo: Muchos gentiles, al igual que este soldado romano, irán de todas partes del mundo a sentarse en el reino de los cielos con Abraham, Isaac y Jacob. En cambio, muchos israelitas que deberían estar en el reino, serán arrojados a las tinieblas de afuera donde todo es llorar y crujir los dientes”. Entonces Jesús le dijo al soldado: “Vete; lo que creíste ya se ha cumplido”. Y el criado se sanó en aquella misma hora.

Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, la suegra de éste estaba en cama con una fiebre muy alta. Jesús fue y la tocó, y la fiebre la dejó; y ella se levantó a servirlos. Por la noche llevaron varios endemoniados a Jesús. Bastaba una sola palabra para que los demonios huyeran y los enfermos sanaran. Así se cumplió la profecía de Isaías: “Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”.

Al ver Jesús que la multitud crecía, pidió a sus discípulos que se prepararan para pasar al otro lado del lago. En eso, un maestro de la ley de Dios le dijo: “Maestro, te seguiré vayas adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen guaridas y las aves nidos; pero yo, el Hijo del hombre, no tengo ni dónde recostar la cabeza”. Otro de sus seguidores le dijo: “Señor, te seguiré pero déjame que vaya antes a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le contestó: No, sígueme ahora. Deja que los que están muertos se ocupen de sus muertos”.

Entonces subió a una barca con sus discípulos y zarparon de allí. Durante la travesía se quedó dormido. Poco después se levantó una tormenta tan violenta que las olas inundaban la barca. Los discípulos corrieron a despertar a Jesús: “¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!” Les respondió: “Hombres de poca fe, ¿a qué viene tanto miedo?” Entonces, se puso de pie, reprendió al viento y a las olas, y la tormenta cesó y todo quedó con calma. Pasmados, los discípulos se decían: “¿Quién es éste, que aun los vientos y la mar lo obedecen?”

Ya al otro lado del lago, en tierra de los gadarenos, dos endemoniados le salieron al encuentro. Vivían en el cementerio y eran tan peligrosos que nadie se atrevía a andar por aquella zona. Al ver a Jesús, le gritaron: “¡Déjanos tranquilos, Hijo de Dios! ¡Todavía no es hora de que nos atormentes!” Por aquellos alrededores andaba un hato de cerdos, y los demonios le suplicaron a Jesús: “Si nos vas a echar fuera, déjanos entrar en aquel hato de cerdos.” Jesús les respondió: “Está bien. Vayan.” Y los demonios salieron de los hombres y entraron en aquellos cerdos. Estos se despeñaron desde un acantilado y se ahogaron en el lago. Los que cuidaban los cerdos salieron corriendo y se fueron a la ciudad a contar lo sucedido, y la ciudad entera vino al encuentro de Jesús y le suplicaron que se fuera de aquellos lugares.

Jesús se subió de nuevo a la barca y regresó a la ciudad donde residía. Varios hombres le trajeron a un paralítico tendido en un camastro. Cuando Jesús vio la fe que tenían, dijo al enfermo: “¡Ten ánimo, hijo! ¡Te perdono tus pecados!” “¡Blasfemia!” Pensaron algunos de los maestros religiosos que lo oyeron. Jesús, que sabía lo que estaban pensando, les dijo: “¿A qué vienen esos malos pensamientos? Díganme, ¿qué es más difícil: sanar a un enfermo o perdonarle sus pecados? Pues voy a demostrarles que tengo autoridad en la tierra para perdonar los pecados”. Entonces se dirigió al paralítico y le dijo: ¡Levántate, recoge la camilla y vete a tu casa!” Y el paralítico se puso de pie y se fue a su casa. Un escalofrío de temor sacudió a la multitud ante aquel milagro, y todos alababan a Dios por haberles dado tanto poder a los seres humanos.

Al salir del lugar, Jesús vio a Mateo, un cobrador de impuestos que estaba sentado junto a la mesa donde se pagaban los tributos. Jesús le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y se fue con él. Ese mismo día cenó Jesús en su casa. Y junto con sus discípulos había muchos cobradores de impuestos y gente pecadora. Al ver eso, los fariseos se indignaron. Preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro anda con gente de esa calaña?” Jesús alcanzó a oír aquellas palabras y les respondió: “Porque los sanos no necesitan médico, y los enfermos sí. Vayan y traten de entender el texto que dice: Misericordia quiero, no sacrificio, porque yo no he venido a llamar a los buenos, sino a los malos”.

Un día los discípulos de Juan se le acercaron a preguntarle: “¿Por qué tus discípulos no ayunan como los fariseos y nosotros?” Les preguntó Jesús: “¿Acaso pueden estar tristes los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? ¡Claro que no! Pero llegará el momento en que les quitarán al novio y entonces sí ayunarán. A nadie se le ocurre remendar un vestido viejo con una tela nueva, porque lo más probable es que la tela nueva se encoja y rompa la vieja, con lo cual la rotura se haría mayor. Y a nadie se le ocurre echar vino nuevo en odres viejos, porque los odres se romperían, y se perderían el vino y los odres. El vino nuevo se debe echar en odres nuevos, para que ambos se conserven.”

Apenas terminó de pronunciar estas palabras, cuando un jefe de los judíos llegó a se postró ante él. Le dijo: “Mi hija acaba de morir, pero sé que resucitará si vas y la tocas”. Jesús y los discípulos se dirigieron al hogar del jefe judío. Mientras iban, una mujer que llevaba doce años enferma de un derrame de sangre, se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. Ella pensaba que si lo tocaba sanaría. Jesús se volvió y le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Vete tranquila.” Y la mujer sanó en aquel mismo momento. Al llegar a la casa del jefe judío y escuchar el alboroto de los presentes y la música fúnebre, Jesús dijo: “Salgan de aquí. La niña no está muerta, sólo está dormida”. La gente se rió de Jesús, y todos salieron. Jesús entró donde estaba la niña y la tomó de la mano. ¡Y la niña se levantó sana! La noticia de este milagro se difundió por toda aquella región.

Cuando regresaba de la casa del jefe judío, dos ciegos lo siguieron gritando: “¡Hijo de David, apiádate de nosotros!” Al llegar a la casa, Jesús les preguntó: “¿Creen que puedo devolverles la vista?” Le contestaron: “Sí, Señor; creemos.” Entonces él les tocó los ojos y dijo: “Hágase realidad lo que han creído”. ¡Y recobraron la vista! Jesús les pidió encarecidamente que no se lo contaran a nadie; pero apenas salieron de allí se pusieron a divulgar por aquellos lugares lo que Jesús había hecho.

Cuando se fueron los ciegos, le llevaron a la casa a un hombre que había quedado mudo por culpa de demonios que se le habían metido. Tan pronto como Jesús los echó fuera, el hombre pudo hablar. La gente, maravillada, exclamó: “¡Jamás habíamos visto algo semejante en Israel!” En cambio, los fariseos decían: “Él puede echar fuera demonios porque tiene dentro al mismísimo príncipe de los demonios”.

Jesús recorría las ciudades y los pueblos de la región enseñando en las sinagogas, predicando las buenas nuevas del reino y sanando a la gente de sus enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes, sintió compasión de ellas, porque eran como ovejas desamparadas y dispersas que no tienen pastor. Les dijo a sus discípulos: “¡Es tan grande la mies y han tan pocos obreros! Pidan que el Señor de la mies consiga más obreros para sus campos”

Reflexión
Los dos capítulos que acabas de leer nos narran los milagros que Jesús hizo. ¿Puedes identificar los diez milagros relatados? ¿Puedes imaginarte lo increíble que sería poder estar en esos momentos y ver cada uno? ¿A poco no es emocionante leer lo que Jesús hizo, el gran Poder de Dios manifestándose a través de la vida de Jesús? La sanidad de un leproso, calmar la tempestad del mar, levantar a una niña de la muerte. Piensa en lo siguiente, es emocionante leer los milagros que hizo hace 2000 años, ahora imagina lo maravilloso que es ir tras sus pasos en estos tiempos, en el que los despliegues de Su Poder son aún mayores. Él prometió a sus discípulos: "Y aun mayores obras harán" (Juan 14:12).

Ahora, no puedes perder de vista todo lo que Jesús decía cada vez que hacía un despliegue de lo sobrenatural ante las multitudes. Por ejemplo: Entre los endemoniados y los cerdos (Mt 8:28-34) y la chica que levantó de la muerte (Mt 9:23-26) Jesús hizo una declaración acerca de por qué vino a la tierra. ¿Ya le agarraste la onda? En Mateo 9:12-13 Jesús explicó porque él vino a esta tierra y a quien vino a rescatar:

  • Al perdido
  • Al no religioso
  • Al pecador
El corazón de Cristo estaba con las multitudes perdidas y su corazón estaba lleno de compasión por aquellos que lo buscaban, como un pastor que busca la oveja (Mateo 9:36-37). Es muy importante que sepas esta gran verdad antes de continuar. La grandeza de sus milagros consistía en ayudar a las personas a ver que Él era quien decía ser (Dios hecho carne) y a conocer que Sus palabras venían desde el corazón de Dios.

Hoy tú puedes leer la Palabra de Dios y ver Su poder, y escuchar así lo que en su corazón hay por ti. Así que continúa leyendo, continúa aprendiendo y verás como Dios está obrando un gran milagro en tu vida también.

Antes de terminar tu tiempo devocional: medita en lo que el Señor te ha enseñado. Si tienes un cuaderno a la mano, anota en él lo que aprendiste el día de hoy y luego compártelo con alguien más. Esto te ayudará a recordar más fácilmente lo aprendido.


Finalmente termina tu oración orando

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