¿Por que hay injusticia en el mundo?
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En el mundo hay injusticia, opresión, represión, violencia y toda clase
de males que no existirían si Dios fuera tan bueno como usted dice. ¿Sus
predicadores no proclamaban habitualmente a Dios como ‘el amo de la
historia’? Por lo tanto, nuestras desgracias son su responsabilidad, ya
sea que las quiera, o sea que las permita”.
Sin embargo, es indecente cargar sobre Dios la responsabilidad de nuestras faltas y nuestros crímenes. Si él interviniera en cada uno de nuestros actos, sería entonces cuando Karl Marx tendría razón al acusar a la religión de ser “alienante”, pues seríamos incapaces, no solamente de hacer el mal, sino también de hacer el bien por nuestra iniciativa propia: dejaríamos de ser personas, no seríamos otra cosa que moléculas del vasto universo y llevaríamos la existencia de los cuerpos celestes que no se comunican entre ellos más que por la ley de la gravitación universal. Esta organización de la vida de los individuos de tal manera que no tengan jamás la capacidad o el poder de elegir, solamente es propia de las dictaduras.
Si ponemos en práctica los dos mandamientos de las Escrituras: “Amarás a Dios, amarás a tu prójimo como a ti mismo”, respecto a los cuales Cristo nos dijo que resumían la ley y los profetas, no habría ni injusticias ni violencias en el mundo.
En cuanto a la expresión “el amo de la historia”, debe ser proscrita en virtud de la terrible ambigüedad que contiene, debido a la cual parece, por lo menos, asociar a Dios a nuestras infamias. La historia humana, es “el ruido y el furor” de que habla Shakespeare, no implica a Dios, a quien rechaza con todas sus miserables fuerzas desde el comienzo de los tiempos. Si bien es verdad que Dios entró en nuestra historia por medio de la persona de Jesús, el Cristo, no es, ni por asomo, para tomar en ella el poder, sino más bien para abandonar el suyo, a fin de buscar, despertar, reanimar y recibir la fe, la que es, en nosotros, la réplica oscura y sin precio de su propia generosidad.
Sin embargo, es indecente cargar sobre Dios la responsabilidad de nuestras faltas y nuestros crímenes. Si él interviniera en cada uno de nuestros actos, sería entonces cuando Karl Marx tendría razón al acusar a la religión de ser “alienante”, pues seríamos incapaces, no solamente de hacer el mal, sino también de hacer el bien por nuestra iniciativa propia: dejaríamos de ser personas, no seríamos otra cosa que moléculas del vasto universo y llevaríamos la existencia de los cuerpos celestes que no se comunican entre ellos más que por la ley de la gravitación universal. Esta organización de la vida de los individuos de tal manera que no tengan jamás la capacidad o el poder de elegir, solamente es propia de las dictaduras.
Si ponemos en práctica los dos mandamientos de las Escrituras: “Amarás a Dios, amarás a tu prójimo como a ti mismo”, respecto a los cuales Cristo nos dijo que resumían la ley y los profetas, no habría ni injusticias ni violencias en el mundo.
En cuanto a la expresión “el amo de la historia”, debe ser proscrita en virtud de la terrible ambigüedad que contiene, debido a la cual parece, por lo menos, asociar a Dios a nuestras infamias. La historia humana, es “el ruido y el furor” de que habla Shakespeare, no implica a Dios, a quien rechaza con todas sus miserables fuerzas desde el comienzo de los tiempos. Si bien es verdad que Dios entró en nuestra historia por medio de la persona de Jesús, el Cristo, no es, ni por asomo, para tomar en ella el poder, sino más bien para abandonar el suyo, a fin de buscar, despertar, reanimar y recibir la fe, la que es, en nosotros, la réplica oscura y sin precio de su propia generosidad.
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