¿Por qué la Iglesia interviene en la vida privada?

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“No se ve muy bien qué es lo que tiene que hacer allí. Fue encargada de responder y de enseñar el Evangelio, y no de deslizarse en nuestra intimidad para vigilar nuestra conducta. Chateaubriand, si bien rindió un homenaje a la Iglesia con su ‘Genio del cristianismo’ señalaba ya esta tendencia a la tiranía que empuja a numerosos sacerdotes a buscar en el dominio de las conciencias una forma de compensación para las responsabilidades familiares, políticas o sociales que el sacerdocio no les permitía ejercer. En los tiempos en que la influencia de la Iglesia sobre la vida moral era todavía preponderante ¿cuántos hogares destruyó psicológicamente con su ‘intervencionismo’, introduciendo entre los esposos un tercero en discordia indiscreto, habilitado para distribuir en nombre del cielo la penitencia y la buena nota?
Por otra parte, ¿no enseña la Iglesia que la libertad es esencial para la dignidad del ser humano? ¿no nos dice, incansablemente, que Dios mismo la respeta desde el primer día? ¿Por qué no lo imita, puesto que tiene la misión de representarlo?”.
Sin embargo, Cristo dio a Pedro y a los apóstoles el poder de “atar y de desatar”.
La libertad individual no está en tela de juicio. Es ella la que incitaba a las conciencias perturbadas, o inquietas, o —eso se veía antiguamente— arrepentidas, a dirigirse al sacerdote, detentador por delegación de un poder de absolver, que no tiene ya oportunidades para ejercerse en nuestros días, dado que jamás nadie tiene nada que reprocharse, salvo, de tanto en tanto, el haber sido demasiado confiado o demasiado bueno.
Actualmente, la Iglesia señala direcciones, más que dar directivas. No “interviene” en la vida privada, sino en las situaciones en las cuales su vieja sabiduría puede acudir en ayuda de las conciencias indecisas o imperfectamente informadas. Así por ejemplo, hay muchos de ustedes, e incluso bastante numerosos, que se preguntan por qué la Iglesia no admite la eutanasia. Temo que confundan la eutanasia con la interrupción del tratamiento, decidida por los médicos y los familiares del enfermo cuando éste entró en un proceso fatal irreversible. Esto es lo contrario del “encarnizamiento terapéutico”, no es eutanasia; la eutanasia no consiste en dejar actuar a la naturaleza, sino en abreviar los días del enfermo “para ahorrarle sufrimientos inútiles”, no administrándole calmantes, cosa recomendable, sino despachándolo por un medio cualquiera.
Es posible ver sin dificultad, me imagino, los abusos a los cuales puede conducir esta clase de práctica, y cuántos corazones compasivos, todavía enternecidos por una visita al notario, encontrarán que el buen tío al que hay que heredar, ha sufrido ya demasiado.
¿Cómo la Iglesia, las Iglesias y la Sinagoga podrían aceptar eso? Oponiéndose a ello, no intervienen en la vida privada, hablan de moral, y es su deber hacerlo.

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