Un minuto con Dios

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El hombre no puede vivir sin fe; tiene que creer en algo y en alguien; de otro modo, se ahoga en sí mismo.

Pero, antes que nada, debe creer en Dios; te ofrezco la sabida oración de la fe:

“Creo, aunque todo te oculte a mi fe. Creo, aunque todos me griten que no. Porque he basado mi fe en un Dios inmutable, en un Dios que no cambia, en un Dios que es amor.

Creo, aunque todo parezca morir. Creo, aunque ya no quisiera vivir, porque he fundado mi vida en pala­bras sinceras, en palabra de amigo, en palabra de Dios.

Creo, aunque todo subleve mi ser. Creo, aunque sienta muy solo el dolor. Porque un cristiano, que tie­ne al Señor por Amigo, no vacila en la duda, se man­tiene en la fe.

Creo, aunque veo a los hombres matar. Creo, aun­que veo a los niños llorar. Porque aprendí con certeza que El sale al encuentro, en las horas más duras, con su amor y su luz.

Creo, pero aumenta mi fe.”

“Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio del Espíritu, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en creer y aceptar la verdad” (DV, 5).

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