Un minuto con Dios

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Hoy quiero entonar el salmo del agua cristalina y fugaz.

Quiero ser como el agua, que sirve gozosa a los hijos de Dios. Quiero ser como el agua que calma la sed del sediento, sin fijarse si es hombre de ciencia, de poca cultura, de blanco o de negro color.

Quiero ser como el agua, que es de todos y todos la poseen, la beben, la gustan, la utilizan; a todos refres­ca, los limpia y fecunda.

Quiero ser como el agua que canta sonora sus silbos brillantes y desliza sus hilos por peñas y arroyos, lle­vando la vida, el frescor y la alegre canción.

Eso ha de ser mi vida: agua. Agua que limpia los cuerpos y lustra las almas con luz bautismal. Y agua que fecunda y da vida, la vida de gracia que el buen Dios nos da.

“Por el bautismo… el hombre se incorpora real­mente a Cristo crucificado y glorioso, y se regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: «Con El fuisteis sepultados en el bautis­mo y en El. asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos» (Col, 2, 12)” (UR, 22).

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