Un minuto con Dios
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“No juzguéis y no seréis juzgados”; esta afirmación que leemos en el Evangelio es de suma importancia para nuestra vida de relación cpn los que nos rodean.
Debemos respetar con amor todas las vidas que se cruzan por nuestro camino; ellas también tienen derecho a ser “ellas” y no tienen por qué aspirar a ser “nosotros”; así como nosotros deberemos mantenernos “nosotros”, sin ansiar llegar a ser “ellos”.
Esa ancianita que a diario entra en un templo, molestando a todos con su importuna tos de pecho cansado, puede ser toda una maravilla de gracia en su interior.
Esa pobre mujer que detrás del mostrador te atiende en la feria o en el mercado, debajo de sus toscas maneras y tras sus manos agrietadas puede esconder vina nobleza desconocida para muchos otros que presentan exteriores más atractivos.
Si no se conoce el interior de las personas, no se las puede juzgar; nadie tiene derecho a penetrar la intimidad personal de nadie; esa intimidad es un templo, reservado solamente a Dios.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt, 7, 1).
Sólo Dios es el que puede juzgar, pues solamente El es el que tiene todos los elementos de juicio; a nosotros se nos escapan muchos de esos elementos; ahora bien, juzgar sin tener conocimiento cumplido del pro y del contrates terrible imprudencia que cometemos.
Debemos respetar con amor todas las vidas que se cruzan por nuestro camino; ellas también tienen derecho a ser “ellas” y no tienen por qué aspirar a ser “nosotros”; así como nosotros deberemos mantenernos “nosotros”, sin ansiar llegar a ser “ellos”.
Esa ancianita que a diario entra en un templo, molestando a todos con su importuna tos de pecho cansado, puede ser toda una maravilla de gracia en su interior.
Esa pobre mujer que detrás del mostrador te atiende en la feria o en el mercado, debajo de sus toscas maneras y tras sus manos agrietadas puede esconder vina nobleza desconocida para muchos otros que presentan exteriores más atractivos.
Si no se conoce el interior de las personas, no se las puede juzgar; nadie tiene derecho a penetrar la intimidad personal de nadie; esa intimidad es un templo, reservado solamente a Dios.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt, 7, 1).
Sólo Dios es el que puede juzgar, pues solamente El es el que tiene todos los elementos de juicio; a nosotros se nos escapan muchos de esos elementos; ahora bien, juzgar sin tener conocimiento cumplido del pro y del contrates terrible imprudencia que cometemos.
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