Un minuto con Dios

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No escatimar esfuerzos, no eludir las ocasiones de propio vencimiento; ése es el verdadero camino para llegar a la perfección de la santidad.

Silenciar ese detalle que pudiera darnos renombre; no acusar esa palabra que llegó de hecho a nuestra intimidad; cerrar la puerta sin dar un portazo, cuando estamos nerviosos; levantar un mueble, en lugar de arrastrarlo; ofrecer una sonrisa al que nos resulta pesado; no perder la paciencia ante las insistentes preguntas tontas del nene; corregir con bondad y no con gritos al hijo adolescente; saber “perder el tiempo”, permitiendo que alguien se desahogue con nosotros…

Todo eso nos sale al paso cada día; ni es preciso molestarse en irlo a buscar. Eso nos irá puliendo las aristas de nuestro egoísmo, de nuestro amor propio, de la cerrazón de nuestro criterio, en una palabra: de nuestro propio Yo.

“Llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús” (Gal, 6, 17).

Estas señales eran las cicatrices de los malos tratos sufridos por Jesús. Si tú debes sufrir en tu fortuna, en tu tranquilidad, en tu fama, en tu trabajo, etc…. y todo esto lo tienes que sufrir por Cristo, por ser fiel a Cristo, también podrás afirmar con el apóstol que llevas las señales del Señor; queda tranquilo, que también gozarás de las alegrías del Señor, de la victoria del Señor.

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