Un minuto con Dios

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Después de la muerte del califa Abderramán III se encontró un escrito de su puño y letra, que decía así:
“He gobernado durante largos años; he probado cuantos placeres pueda apetecer un mortal; he sido alabado y admirado hasta el tope máximo que pueda serlo un hombre. Durante todo este largo tiempo, sólo catorce días he gozado de verdadera felicidad”.

Los que lean esta página podrán creer que hay exageración; sin embargo, podemos creer a su autor.

La felicidad no se halla en la gloria, en los placeres, en el dinero, en la fama; no se halla fuera de nosotros mismos; está dentro, muy dentro de nosotros; y, por lo tanto, nosotros y solamente nosotros somos los que podremos darnos la felicidad.

No la busquemos fuera de nosotros, pues no la encontraremos; no se la pidamos a nadie, pues nadie nos la puede dar. Pero si no la gozarnos, no le echemos la culpa a nada ni a nadie.

Todos buscamos la felicidad, y no todos hallan la felicidad, y es que muchos la buscan donde no está; la felicidad comienza con “fe” y si la buscamos en otro lugar nos condenamos al fracaso.

“Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre” (GS, 18).

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