Un minuto con Dios
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Muchas páginas se han escrito para describir la psicología masculina y la femenina; y el tema no se ha agotado.
Se ha dicho que el hombre es el cerebro; que la mujer es el corazón. Que el hombre es un código que corrige; la mujer es un Evangelio, que perfecciona.
Se sostiene que el hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer lo es de todos los martirios.
Que el hombre es fuerza, empuje y arción, y la mujer es calor, motor y contemplación.
Pero el santo, el hombre santo, es a la vez hombre y mujer; en sí reúne todo lo bueno del hombre y todo lo bueno de la mujer.
El santo es capaz de todo, porque se sitúa en Dios, y Dios le da la fuerza necesaria para todos los heroísmos, todos los martirios, todas las acciones apostólicas, todas las contemplaciones de amor.
San Pedro inicia su segunda carta dirigiéndola “a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros” (II Pe, 1, 1).
Es decir, que todos: hombres y mujeres, cada uno con su modo de ser, con sus características psicológicas, temperamentales o caracteroló-gicas, todos estamos llamados a la santidad, aunque cada uno de nosotros vayamos por nuestro propio camino.
Se ha dicho que el hombre es el cerebro; que la mujer es el corazón. Que el hombre es un código que corrige; la mujer es un Evangelio, que perfecciona.
Se sostiene que el hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer lo es de todos los martirios.
Que el hombre es fuerza, empuje y arción, y la mujer es calor, motor y contemplación.
Pero el santo, el hombre santo, es a la vez hombre y mujer; en sí reúne todo lo bueno del hombre y todo lo bueno de la mujer.
El santo es capaz de todo, porque se sitúa en Dios, y Dios le da la fuerza necesaria para todos los heroísmos, todos los martirios, todas las acciones apostólicas, todas las contemplaciones de amor.
San Pedro inicia su segunda carta dirigiéndola “a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros” (II Pe, 1, 1).
Es decir, que todos: hombres y mujeres, cada uno con su modo de ser, con sus características psicológicas, temperamentales o caracteroló-gicas, todos estamos llamados a la santidad, aunque cada uno de nosotros vayamos por nuestro propio camino.
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