Un minuto con Dios

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Sabemos que toda la ley consiste en amar de veras a Dios y a los hombres; lo demás son medios para conseguir este amor.

No hay cosa tan difícil de hacer y no hay cosa de la que tan fácilmente estemos persuadidos de que la cumplimos.

Si se nos pregunta si amamos a Dios, responderemos: “indudablemente”. Si se nos interroga si amamos a los prójimos, igualmente sin hesitaciones diremos: “¡ciertamente!”

Sin embargo, debemos recordar que el amor no consiste en decir “te amo” sino en “hacer obras de amor”. El amor no será jamás un sentimiento, sino una actuación.

En consecuencia, para saber si amo a Dios y si amo a los hombres, he de preguntarme si “hago” algo por Dios y por los hombres.

Solamente esa actuación por amor es la que me podrá persuadir de un modo cierto que mi amor es auténtico y no falso.

“Sí en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad” (Rom, 6,19).

Santo no es tanto el que no peca, cuanto el que ama; a no ser que no peque precisamente porque ama.

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