Un minuto con Dios

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Alguien escribió que si los hombres nos acostumbrásemos a sonreír con más frecuencia, y a ser más sencillos, la humanidad se sentiría mejor y más feliz.

Y es que la sonrisa es una característica propia del hombre; solamente el hombre es capaz de sonreír.

Por eso otro afirmó, quizá con poca delicadeza, pero con indudable veracidad, que cuanto más el hombre sonría, es más hombre; por el contrario, cuando menos sonría, es más animal que hombre.

Sonreír siempre y sonreír a todos; porque todos esperan nuestra sonrisa y todos necesitan de ella; nosotros somos los primeros en necesitar nuestra propia sonrisa, para sentirnos mejores, más optimistas, más tiernos de corazón.

Sonreír al niño travieso y molesto, sonreír al anciano solitario y pesado, sonreír al amigo importuno, sonreír al vecino cargoso, sonreír al cartero, al verdulero, al canillita… sonreír a todos, para hacerlos a todos mejores y ser mejores nosotros.

“Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mt, 5, 12).

Cuando pensamos que somos hijos de Dios, el corazón se nos llena de profunda alegría y nada hay en el mundo que pueda separarnos de la caridad de Cristo, como dice de sí mismo el apóstol Pablo (Rom, 8, .35).

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