Un minuto con Dios

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    Manos de Virgen aliñan pajas de rubios trigales
    y sobre el mazo mullido tienden blancor de pañales.
    Cuatro mil años pasaron, se aguardó cuarenta siglos,
    para que este acto humildísimo fuera en el mundo cumplido.
    Ya llegó la medianoche, nevada y oscurecida;
    en resplandor de prodigios está la gruta encendida.
    Cuatro mil años pasaron, se aguardó cuarenta siglos,
    a que en este humilde establo naciera este humilde Niño.
    Afuera celestes voces dan la nueva a los pastores,
    mientras los ángeles cantan: “Gloria a Dios… paz a los hombres”.
    Hay un hondo simbolismo en la humildad del pesebre;
    trigos que un día serán hostias, linos del altar manteles;
    y el Dios-Niño, que ha de darse
    por amor y en sacrificio de pan a las almas fieles.

“Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído” (Lc, 2, 20).

Todo lo que nosotros hemos visto y oído en nuestro cuarto día, lo que estamos viendo y oyendo a diario, no es sino pura manifestación del amor infinito de nuestro Dios.

Preparamos nuestro corazón para recibirlo el día de Navidad con humildad y gratitud por tanto y tan hermoso como El ha hecho con nosotros.

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