Un minuto con Dios

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Todos llamamos a la noche de Navidad: ¡Nochebuena! ¿Por qué? ¿Qué significado pretendemos darle a esa noche, con tal apelativo?
Como lo dice el canto popular, es que aquella noche fue noche de paz, noche de amor; así lo cantamos todavía hoy, como para darnos aliento y entusiasmar nuestros pechos.

Si es noche de paz, es Nochebuena; si es noche de amor, es Nochebuena; pero habrá que reflexionar unos momentos: la Nochebuena si este año, ¿fue noche de paz? ¿fue noche de amor?

Si no lo fue, es inútil que pretendamos decir que fue Nochebuena; si no ha habido amor en nuestros corazones; si no hemos fundamentado la paz en nosotros mismos y con los que nos rodean; si entre las naciones no ha surgido el esfuerzo genuino y efectivo por la convivencia pacífica y humana, la Nochebuena que nos trajo el Niño Dios se habrá convertido en un mero símbolo, sin expresividad, sin significado ni sentido.

De nosotros depende que las noches y los días sean buenos o no lo sean.

“Ana alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Le, 2, 38).

Ana, la profetisa que vivía en el templo, estaba dedicada a alabar a Dios; ¿no será también tu misión esa misma, allí donde El te haya colocado? ¿Hablar del Señor, alabar al Señor, dar a conocer al Señor?

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