Un minuto con Dios

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Repastaban sus ganados los soñolientos pastores alrededor de los troncos de unos encendidos robles cuando las oscuras nubes, de sol coronado rompe un capitán celestial de sus ejércitos nobles.

Atónitos se derriban de sí mismos los pastores; y por la lumbre, las manos sobre los ojos se ponen. Los perros alzan las frentes y las ovejuelas corren cuando el nuncio soberano las plumas de oro descoge:

“Dios ha nacido en Belén de esta dichosa noche. Nació de una pura Virgen: buscadle, pues sabéis dónde…”

Los pastores, convocando con dulces y alegres sones toda la sierra, derriban palmas y laureles nobles. Llegan al portal dichoso… El santo Niño los mira y para que se enamoren, se ríe en medio del llanto y ellos le ofrecen sus dones.

He aquí la oración del profeta Simeón cuando tuvo al Niño Jesús en sus brazos: “Ahora, Señor, puedes según tu Palabra dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación” (Le, 2, 29-30).

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