Un minuto con Dios

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La unión hace la fuerza; pero cuando esa unión no es física, de fuerzas, sino de corazones, entonces es mucho más positiva.

La unidad de todos los hombres, cualesquiera sean sus ideologías, sus costumbres, sus nacionalidades, sus culturas; Cristo ha predicado la unión de todos en un mismo Padre, que es Dios.

Es preciso que esa unidad cristiana pase cuanto antes de vago y vaporoso deseo nostálgico a una gozosa realidad; es preciso que no nos contentemos los cristianos con no atacarnos, sino que lleguemos a abrazarnos de corazón.

Pero esa unidad no vendrá, si primero no quemamos en las llamas del amor todo el odio, el rencor, las rencillas y las divisiones que nos están separando y amargando.

Si no es por el olvido, el perdón y el amor, nunca llegaremos a la unidad cristiana.

Es preciso que nos fijemos más en la meta hacia la que todos vamos, que es Dios, y menos en los caminos por los que vamos a la meta; y en este tiempo, en que se habla tanto de Naciones Unidas, Estados Unidos, Repúblicas Unidas, intentemos crear la realidad de los Creyentes Unidos.

La gran petición de Cristo al Padre fue la unión de sus discípulos.

“Padre, cuida en tu Nombre a los que me has dadof para que sean uno como nosotros; que todos sean uno, como Tú, Padre, en mi y yo en Ti; que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn, 17, 11-21).

¿Eres tú causa de unión o de desunión?

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