Un minuto con Dios
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No caigas en el error de sincerarte y aprobarte a ti mismo diciendo que tú “eres así”; más bien estudia cómo debes ser y esfuérzate por llegar a serlo.
Cambia el “soy así” por el “tengo que ser así”.
Eres “así”; pero, ¿estás seguro de que debes ser así? ¿Te juzgas ya tan perfecto, que no tienes por qué cambiar? ¿Piensas que los que no son “así”, como eres tú, no son tan buenos como tú? ¿Por qué ellos deben cambiar su modo de ser y tú debes seguir siendo como eres?
Hay en ti un complejo de superioridad y, en cambio, juzgas a los otros con criterio de inferioridad.
¡Piensas de ti con un convencimiento de perfeccionismo y autosuficiencia y miras a los demás con despreció o al menos subestimación!
No basta que sirvamos a Dios; es preciso que cada día lo hagamos con mayor perfección; ya a Abraham Dios le había trazado la senda:
“Anda en mi presencia y sé perfecto” (Gen, 17,1).
“Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef, 4, 13).
Cambia el “soy así” por el “tengo que ser así”.
Eres “así”; pero, ¿estás seguro de que debes ser así? ¿Te juzgas ya tan perfecto, que no tienes por qué cambiar? ¿Piensas que los que no son “así”, como eres tú, no son tan buenos como tú? ¿Por qué ellos deben cambiar su modo de ser y tú debes seguir siendo como eres?
Hay en ti un complejo de superioridad y, en cambio, juzgas a los otros con criterio de inferioridad.
¡Piensas de ti con un convencimiento de perfeccionismo y autosuficiencia y miras a los demás con despreció o al menos subestimación!
No basta que sirvamos a Dios; es preciso que cada día lo hagamos con mayor perfección; ya a Abraham Dios le había trazado la senda:
“Anda en mi presencia y sé perfecto” (Gen, 17,1).
“Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef, 4, 13).
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