Un minuto con Dios

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No serás feliz si eres estudiante y no estudias; si eres trabajador y no trabajas; si eres profesional y no cum­ples con tu profesión; en ninguno de estos casos serás feliz.

No serás buena persona si eres superior y no sabes obedecer a tus respectivos superiores, ni mandar a tus subordinados; si eres esposo y no respetas y tratas con cariño a tu esposa; si eres hijo y no atiendes minuciosamente a tus padres, quizá ya ancianos; si eres cris­tiano y no eres testimonio de Cristo; en ninguna de esas circunstancias puedes tenerte como buena persona.

Para ser feliz hay que ser bueno, pues la felicidad es una consecuencia de la buena conciencia; y es la buena conciencia la única que nos puede certificar de nuestra bondad.

Bondad y felicidad: dos realidades que entre sí se relacionan; que se entremezclan, que interdependen; buscar o pretender una sin la otra es desviar el camino, es equivocar la ruta, es condenarse a no poseer ni la una ni la otra.

Cuando un cristiano cobra conciencia de que es hijo de Dios, no puede menos de rezar con los salmos: “¡Ale­graos en Yahvéh, oh justos, exultad, gritad de gozo todos los de recto corazón!” (Salmo 32, 11).

“Justos, ¡alegraos en Yahvéh, celebrad su memoria sagrada!” (Salmo 97, 12).

“Se alegran los que a ti se acogen, se alborocen por siempre; tú los proteges, en ti exultan los que aman tu Nombre” (Salmo 5, 12).

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