Un minuto con Dios

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Siempre es mejor construir que destruir. Y sembrar es construir para el día de mañana, para recoger más adelante.

Siembra tu fe, para sostener y apoyar a los que vaci­lan. Siembra tu abnegación y no la reserves solamente para ti.

Siembra tu confianza y Dios no te dejará ni los hombres te fallarán.

Siembra la sonrisa a tu alrededor; la sonrisa hace bien y te hace bien, la sonrisa disipa nubes y suaviza tiranteces.

Siembra tu dulzura y llegarás1 a conquistar a los hom­bres, aun a aquellos que tienden a la violencia o no saben dominarse.

Siembra tu amistad, tu gozo y tu entusiasmo en todos aquellos que lo necesitan, pues así llegarás a hacer feli­ces a los demás y ellos te harán feliz a ti.

Siembra tus sacrificios, aun con lágrimas y sin alar­de; todo sacrificio requiere una cuota de dolor y de sangre; pero toda sangre es redentora y toda lágrima es purificadora.

Siembra toda tu vida; que toda tu vida sea una ver­dadera siembra de alegría, de bondad, de paz y de amor; el que siembra luz, recogerá calor; en cambio, el que siembra vientos, recogerá tempestades.

“Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas” (I Tes, 5, 5).

Como hijo de la luz, debes iluminar a cuantos están cerca de ti; iluminarles, para llevarles al Señor.

Que las tinieblas no iluminen, no es extraño; pero que la luz se apague, causa angustia.

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