Un minuto con Dios

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Cuando uno no piensa más que en sí mismo, no hace otra cosa que levantar una barrera inexpugnable con­tra el verdadero amor.

El amor es “comunión”, verdadera entrega mutua; por tanto, has de estar dispuesto a dar y a recibir; para dar, es preciso ser generoso; para recibir es preciso ser humilde; solamente los generosos y los humildes esta­rán capacitados para amar verdaderamente.

Ninguna comunión más profunda, más íntima y más real que la comunión con Dios; porque en ella Dios se nos entrega a nosotros plenamente y nos recibe con plenitud; por eso, la comunión eucarística es la mejor forma de llegar a desaparecer nosotros, para convertir­nos en Dios, que nos llega a poseer hasta lo más íntimo de nuestro ser.

Para poder comulgar a Dios, es preciso primero saber comulgar a los hermanos, a todos los hombres; y co­mulgar a los hermanos es darse a ellos y recibir de ellos.

“Habéis purificado vuestras almas obediciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos” (I Pe, 1, 22).

    “Hemos de ser justos, hemos de ser buenos,
    hemos de embriagarnos de paz y de amor
    y llevar el alma siempre a flor de labios
    y desnudo y limpio nuestro corazón.”

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