Un minuto con Dios

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No sé si con alegría o con pena se va repitiendo por esos mundos de Dios que el matrimonio es una lote­ría.

Se pretende indicar que son muy pocos los ma­trimonios que han tenido la suerte de acertar.

El matrimonio es una lotería y como en ésta es mí­nimo el número de los que tienen premio; es una lo­tería y a la mayoría de los que han jugado al matri­monio no les ha tocado premio, ni aun por aproxi­mación.

Distan mucho de la felicidad, que sería la lotería.

También suele afirmarse, que “Fulano se sacó la lotería con una mujer como ésa”; y no se quiere reco­nocer que el matrimonio, más que de lotería o suerte, tiene de elección; y, si es elección, es estudio previo consciente y detenido; elección con proyecciones no sólo momentáneas y con exigencias que perduran.

Elección que se hace con la cabeza y con el corazón, porque es todo el hombre el que ama, y que por tanto es sabia y cálidamente aceptada y vivida; porque ele­gir significa comprometer toda nuestra vida.

“Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella… El que ama a su mujer, se ama a sí mismo… Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo y la mujer, que res­pete al marido” (Ef, 5, 25-33).

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