Permití que me coronasen de espinas y que mi cabeza sufriera igualmente para expiar la soberbia de muchas almas que rehúsan aceptar aquello que las rebaja a los ojos de las criaturas.

Consentí que pusieran sobre mis hombros un manto de escarnio y que me llamasen loco, para que las almas no se desdeñen de seguirme por un camino que a los mundanos parece bajo y vil y quizá a ellas mismas, indigno de su condición.

No, almas queridas, no hay camino, estado ni condición humillante cuando se trata de cumplir la Voluntad Divina.
(...)

No creáis sin embargo, que mi naturaleza humana no sintió repugnancia ni dolor... antes al contrario, quise sentir todas vuestras repugnancias y estar sujeto a vuestra misma condición, dejándoos un ejemplo que os fortalezca en todas las circunstancias de la vida.

Así cuando llegó ese momento tan penoso, aunque hubiese podido librarme de él, no sólo no me libré sino que lo abracé por amor y para cumplir la voluntad de mi Padre. Para reparar su gloria, satisfacer por los pecados del mundo y alcanzar la salvación de innumerables almas...

...Desde que Judas me entregó en el Huerto de los Olivos, anduvo errante y fugitivo, sin poder callar los gritos de su conciencia, que le acusaba del más horrible sacrilegio. Cuando llegó a sus oídos la sentencia de muerte pronunciada contra Mí, se entregó a la más terrible desesperación y se ahorcó.

¿Quién podrá comprender el dolor intenso de mi Corazón cuando vi lanzarse a la perdición eterna esa alma que había pasado tres años en la escuela de mi amor, aprendiendo mi doctrina, recibiendo mis enseñanzas, oyendo tantas veces como perdonaban mis labios a los más grandes pecadores?

¿Por qué no vienes a arrojarte a mis pies para que te perdone? Si no te atreves a venir a Mí por temor a los que me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al menos; verás cuan pronto se fijan en tí mis ojos!