Un minuto con Dios

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Indudablemente la prueba convincente de que uno ama de veras, es cuando sufre por la persona o por el ideal que ama.

El sufrimiento acrisola el amor y lo hace más puro y generoso; no debemos quejarnos nunca de que de­bamos sacrificarnos por aquellas cosas o personas que amamos.

Si no quieres sufrir, renuncia a amar.

Pero si no amas, ¿me puedes decir para qué quieres vivir?

Ahí tienes tres realidades, que en último término no son más que una sola: sufrir, amar, vivir.

Cambíalas, si deseas, de orden: vivir, amar, sufrir… o como tú quieras; pero siempre habrá entre ellas una conexión que las vuelve inseparables.

No te fijes tanto en que estás sufriendo; fíjate más bien en que estás amando, o en que estás viviendo; entonces,el sufrimiento tendrá otro sentido y tú cobra­rás mayores fuerzas.

“La Iglesia Madre no cesa de orar, esperar y traba jar y exhorta a sus hijos a la purificación y renovación, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia” (LG, 15).

La purifi­cación nunca se realiza sin dolor; acepta tu dolor, como acto de purificación.

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