Un minuto con Dios

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Tus ojos tienen una potencia irresistible; pero esa potencia puedes emplearla para el bien o para el mal.

Ofrece siempre, todos los días, unos ojos puros y dulces, como cielo sin nubes; que al dar el pronóstico del día, los que viven Contigo, al mirar tus ojos, no puedan menos de decir: “Hoy, cielo sin nubes”.

Que mires con tanta serenidad que todos se sientan cómodos a tu lado y lo sientan todos cuantos se acerquen a ti.

Lo mismo que cuando sale el sol es imposible decir si alumbra más a un hombre que a otro, así tú ilumines con tus ojos, mires con igual bondad a unos que a otros.

Al que te trata con suma delicadeza y bondad, y al que con mano dura o expresión torva deshace tu corazón. El sol tanto ilumina las verdes praderas como las oscuras hondonadas.

Dios hace salir el sol sobre justos y pecadores; en tu rostro, en tus ojos ha de descubrirse siempre la misma luz de bondad para unos que para otros.

“Mis ojos están puestos sobre todos tus caminos; no se me ocultan ni se zafa mi culpa delante de mis ojos” (Jer, 16, 17).

“Escucharéis bien, pero no entenderéis; miraréis bien, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y sus ojos se han cerrado; no sea que vean con sus ojos y con sus oídos oigan y con su corazón entiendan” (Mt, 13, 14-15).

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