Un minuto con Dios

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El rostro más bello no suele ser el mejor conformado, el más estético o proporcionado, sino el que se halla más frecuentemente iluminado por una sonrisa más sincera.

Una sonrisa es capaz de cambiar cien planes, de dar aliento a un corazón postrado, de transtormar la dureza en condescendencia.

Una sonrisa hace que la frente se irradie, los rasgos del rostro se hermoseen al dilatarse.
El atractivo del rostro no es, pues, la belleza sino la bondad expresada en él, el gesto de comprensión y ternura, que irradia serenidad a su alrededor.

Pasa por este mundo, desparramando sonrisas de comprensión en lugar de ceños de rechazo; alegrías de campanitas de plata que repiquetean en tu interior y no cencerros de monotonía, que arrastran rebaños polvorientos.

Ofrece siempre y a todos el arco iris de tus colores de gracia y de la gracia de tus colores, y no la oscuridad de las nubes preñadas de tormenta.

“Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí” (I Cor, 15, 16)
Tú también puedes afirmar, con el apóstol, que eres lo que eres por la gracia de Dios; a El se lo debes todo y sin El nada hubieras podido conseguir.

Pero has de procurar imitar también al apóstol en la segunda afirmación que hace de sí: la gracia de Dios no puede ser estéril en tu vida; has de hacerla fructificar: gracia consciente y gracia creciente.

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