Meditacion
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Todos llevamos dentro de nosotros mismos un altar en el que hemos entronizado a nuestro Yo y al que le rendimos culto con excesiva frecuencia e intensidad.
La conquista del propio Yo es la mayor victoria que el hombre puede lograr; conseguir que la vida no sea dominada por el ego, sino por la razón y el corazón.
Cuanto más perfectos seamos nosotros en nuestra vida, más comprensivos nos mostraremos con las imperfecciones de los demás; por el contrario, cuanto menos perfectos seamos nosotros, más exigentes nos mostraremos con los otros.
Siempre estamos inclinados a reprobar y criticar los defectos de los demás, sobre todo aquellos defectos que nosotros también tenemos y que no nos atrevemos a confesárnoslo.
Otras veces criticamos los defectos que nosotros no tenemos, como una evasión para no reconocer y recordar los defectos que tenemos y nos dominan.
Todos lamentamos las injusticias que sufre nuestro mundo de hoy; el Concilio nos advierte que muchas de ellas “nacen del deseo de dominio y del desprecio por las personas; y, si ahondamos en los motivos más profundos, brotan de la envidia, de la desconfianza, de la soberbia y demás pasiones egoístas” (GS, 83).
La conquista del propio Yo es la mayor victoria que el hombre puede lograr; conseguir que la vida no sea dominada por el ego, sino por la razón y el corazón.
Cuanto más perfectos seamos nosotros en nuestra vida, más comprensivos nos mostraremos con las imperfecciones de los demás; por el contrario, cuanto menos perfectos seamos nosotros, más exigentes nos mostraremos con los otros.
Siempre estamos inclinados a reprobar y criticar los defectos de los demás, sobre todo aquellos defectos que nosotros también tenemos y que no nos atrevemos a confesárnoslo.
Otras veces criticamos los defectos que nosotros no tenemos, como una evasión para no reconocer y recordar los defectos que tenemos y nos dominan.
Todos lamentamos las injusticias que sufre nuestro mundo de hoy; el Concilio nos advierte que muchas de ellas “nacen del deseo de dominio y del desprecio por las personas; y, si ahondamos en los motivos más profundos, brotan de la envidia, de la desconfianza, de la soberbia y demás pasiones egoístas” (GS, 83).
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