Un minuto con Dios
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El más humilde es el más comprensivo con las faltas de los demás; el más perfecto es el más comprensivo con las imperfecciones de los demás, porque la virtud es la comprensión con lo no virtuoso, y la imperfección es la intransigencia aun con la misma virtud.
Si eres intolerante con los demás, con tus familiares, con tus hijos, con tus dependientes, con tus vecinos … ¿no será porque no eres tú suficientemente perfecto?
Siempre es bueno juzgarse a sí mismo, antes de pretender juzgar a los demás.
Pero, eso sí: juzgarse a sí mismo con entera imparcialidad y no con un certificado de buena conducta, que nos extendemos ya antes de iniciar el juicio.
“Escucha, Yahvéh, la justicia, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaría, que no es de labios engañosos. Mi juicio saldrá de tu presencia, tus ojos ven lo recto” (Salmo, 17, 1-2).
Todo lo conoce el Señor, todo lo pesa y mide con absoluta imparcialidad y justicia; El es santísimo y exige la santidad de sus hijos.
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